lunes, julio 03, 2006

Come On Jimmy Light My Fire....

Sólo a los grandes de verdad se les niega la propia muerte. Las tumbas de genios como Elvis Presley o Luca Prodan estarán eternamente vacías en el imaginario colectivo, ya que el público se rehúsa a dejar ir a quienes, con su arte, hicieron de esta vida un lugar más agradable. La misma suerte corrió Jim Morrison: millones de fans en todo el mundo rechazan la idea de que ese sepulcro que lleva su nombre en el cementerio parisino de Père Lachaise albergue los restos de quien fuera cantante de The Doors, poeta maldito, cineasta, rey lagarto, símbolo sexual e ícono contracultural de los ’60. Muchos aseguran que su supuesto fallecimiento fue, en verdad, una artimaña para ocultarse del ojo público. Otros tantos le llegan a inventarle identidades falsas e incluso aseguran haberlo visto con vida en distintos puntos del planeta (entre los cuales se encuentra la Patagonia argentina). Sin embargo, la realidad no acepta interpretaciones subjetivas: hace exactamente 35 años, Morrison dejaba este mundo y se convertía en una de las mayores leyendas rockeras de todos los tiempos.


“Si las puertas de la percepción fueran despejadas, todo se mostraría al hombre tal cual es: infinito”. Con esa frase de William Blake como estandarte, James Douglas Morrison –tal su nombre completo– creó junto al tecladista Ray Manzarek la banda que lo disparó al estrellato: The Doors. Junto a ellos grabó seis álbumes en apenas tres años y compuso temas que integrarían cualquier recopilación de lo mejor de la historia del rock, comenzando por el célebre “Light my fire”. Sus letras, tan bellas como oscuras, estaban a años luz de las tópicos a los que el rock recurría usualmente en su época. Por el contrario, demostraban una fuerte influencia de la poesía maldita de autores como Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud.


Otra frase de Blake que signó su existencia fue: “El camino de los excesos conduce al palacio de la sabiduría, porque nunca se sabe cuánto es suficiente hasta que se ve cuánto es más que suficiente”. Tomando esta premisa como guía –quizás demasiado literalmente– consumió cuanta sustancia tuvo delante (principalmente LSD en los primeros años de la banda, para luego cambiarse al alcohol) y tuvo amoríos con cientos de mujeres, entre las que se contaron Janis Joplin, Nico (cantante de Velvet Underground), Grace Slick (vocalista de Jefferson Airplane) y su “compañera cósmica”, Pamela Courson. Más allá de sus cualidades como músico y poeta, su carisma lo convertía en un excelente frontman y en un sex symbol irresistible.

Cuando el rock n’ roll le quedó chico, se mudó a Francia para dedicarse exclusivamente a la escritura; sin embargo, sabía que su cuerpo no resistiría ese ritmo por mucho tiempo. Con las muertes de Jimi Hendrix y Janis Joplin todavía frescas en la memoria, Jim le dijo a sus amigos: “Están hablando con el tercero”. Poco después, su autoprofecía se hizo realidad: su novia lo encontró sin vida en la bañera de su departamento de París, víctima de un paro cardíaco. Tenía sólo 27 años.

A partir de ese momento se dispararon las teorías más delirantes: que había fingido su deceso para volver al anonimato, que se había suicidado, que había perecido en un extraño ritual de brujería o incluso que había sido asesinado el FBI en un ataque contra los líderes de la contracultura. Lógicamente, nada de eso se comprobó jamás. No obstante, una cosa es real: Jim Morrison supo revestir de misterio hasta el instante mismo de su desaparición física. Según sus propias palabras: “La gente le teme a la muerte más que al dolor. Es extraño que le tengan tanto miedo a la muerte. La vida duele mucho más. En el punto de la muerte, el dolor se termina. Supongo que a fin de cuentas no es más que una amiga”.

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